sábado, 12 de abril de 2008

Lidiando entre la planificación y la improvisación

Cualquier persona que haya tratado con japoneses en algún asunto serio sabrá por experiencia que en general se caracterizan por ser unos de los mayores expertos del mundo a la hora de organizar eventos y prevenir problemas inesperados. Es cierto que no está bien generalizar ni exagerar, pero a grandes rasgos podríamos decir que más o menos es así. Puede que se deba al hecho de ser un país donde las grandes masas de población se aglomeran en espacios muy pequeños (en estas circunstancias si todo el mundo hiciera lo que le diera la gana o se dejaran las cosas al azar, la convivencia sería imposible y los desastres numerosos), o puede que haya tenido cierta influencia el hecho de que sea una zona del mundo azotada por todo tipo de desastres naturales desde tiempos inmemoriales (terremotos, tifones, tsunamis, desprendimientos de tierra, inundaciones, erupciones volcánicas...); o quizás porque es un país que ha vivido largas épocas de enfrentamientos internos, luchas entre clanes y traiciones que obligaban a no bajar la guardia en ningún momento... Sea por lo que sea, la cuestión es que los japoneses en general han desarrollado una personalidad que les hace ser de lo más meticulosos y previsores: todo tiene que estar siempre controlado, tiene que haber un plan de emergencia para cualquier cosa, y es necesario invertir horas y horas en prevenir situaciones que nunca ocurrirán... (Por supuesto no todos los japoneses son así porque es imposible que 127 millones de personas sean iguales, pero podríamos decir que es una tendencia general de su cultura).

Me parece perfecto que las personas sean previsoras y lo calculen todo al detalle para que salga bien. Sobre todo porque yo soy todo lo contrario...

Sin embargo, como toda gran virtud conlleva un gran defecto, es un problema general en Japón el que haya poca capacidad de improvisación, y cuando ocurre algo cuya solución no estaba prevista de antemano, la situación se desborda, la gente se estresa, y nadie sabe qué hacer. Como decimos en español, "nos ahogamos en un vaso de agua". Sin embargo, eso ocurrirá pocas veces porque el 99'99% de los imprevistos que puedan surgir ya estarán previstos y por tanto no serán "imprevistos". En otros países, como los del sur de Europa, somos expertos en la improvisación, y aunque dejemos las cosas para el último momento y las hagamos sobre la marcha en lugar de planificarlo todo hasta el último milímetro desde el principio, podemos llegar a conseguir que el resultado sea bueno. Y a pesar de la fama de malos organizadores que tenemos concretamente los españoles, los Juegos Olímpicos de Barcelona pasaron a la historia por ser los que tuvieron la mejor organización (no sé si esto se debe a que se planificaron muy bien desde el principio, o a que se improvisaron muy bien sobre la marcha... pero el resultado fue el que fue).

Como curiosidad, un antiguo profesor mío que ha vivido y trabajado en muchos países y en equipos compuestos por personas de nacionalidades de lo más dispar, me contó una vez cómo en un grupo en que los anglosajones o escandinavos habían previsto una hoja de ruta perfectamente planeada, al surgir cualquier eventualidad no prevista que sumía en el más absoluto caos al equipo, un español, italiano o latinoamericano era capaz de improvisar una chapuza en cinco minutos y sacar del apuro a todos los demás. Supongo que también exageraba algo, pero la idea general está ahí. Me parecen dos facetas diferentes de cada cultura, las dos igual de prácticas y aplicables; claro que lo ideal sería aguien capaz de planificarlo todo con excelente previsión, y al mismo tiempo tener el nervio suficiente como para improvisar y sacarse soluciones del bolsillo en cualquier momento... pero a nadie podemos exigirle que sea perfecto; por supuesto que debe de haber personas así, pero no se puede esperar que todo un país o una cultura sean así.

La cuestión es que a lo largo de mi de momento corta experiencia como puente entre dos culturas (la japonesa y la española), no son pocas las veces en que me he tenido que encontrar con estas diferencias. Recuerdo cuando trabajaba en el área de relaciones internacionales de una universidad de provincias en Japón, y tuve que ayudar a preparar una visita de la delegación japonesa a la universidad española con la que teníamos un acuerdo de intercambio; dicha visita incluía una serie de actos institucionales con políticos regionales y altos cargos de la universidad, actos culturales abiertos al público en general, y actividades de intercambio para los estudiantes, entre otras cosas. La visita debía ser en noviembre y comenzamos a organizarla en septiembre; por supuesto, todas las comunicaciones (e-mail, fax, teléfono y cartas) estaban a mi cargo, así que todo tenía que pasar por mí y por mi traducción.

Era impresionante ver las diferencias entre la parte de la organización española, que iba dejando muchos cabos sueltos para cuando llegara el momento, y la parte de la organización japonesa -donde estaba yo-, que quería tenerlo todo planeado al detalle desde el primer momento y por eso no paraba de hacer miles de preguntas sobre las cosas más inimaginables. Los japoneses hacían desesperarse a los españoles con tanta minuciosidad, detallismo y minimalismo, y con preguntas súper concretas que a veces rallaban el surrealismo ("¿En el hotel tendremos toallas? ¿Tenemos que llevarlas desde Japón? ¿Hay que incluirlas en el presupuesto?"); y los españoles hacían desesperarse a los japoneses con su dejadez, su planificación "a grandes rasgos" y su actitud de: "Esto ya veremos cómo lo hacemos cuando llegue el momento". Y en medio de todo esto, yo, en mi doble función de intérprete español-japonés y de mediador intercultural... y sobre todo teniendo en cuenta que trabajaba para los japoneses.

La mitad de mis preguntas por e-mail solían quedar sin contestar, y yo sabía por experiencia -porque soy español- que no valía la pena insistir enviando cuarenta veces lo mismo porque no me iban a saber responder, así que tenía que convencer a los japoneses para que no me "obligaran" a hacerlo; a menudo entraban en conflicto mis labores de simple traductor (que ha de limitarse a decir todo lo que le ordenan sin osar inmiscuirse en la conversación) con el puesto que yo ocupaba en esa oficina y que me permitía formar parte del asunto, actuar con cierta autonomía y decidir cómo era mejor tratar ciertos temas.

En cuanto a las preguntas por teléfono, los españoles no podían ignorarme sin más, así que alguna vez llegué a obtener por respuesta cosas como: "¿Y yo qué sé? Ya veremos. Esto es como si ahora me dice que yo le conteste quién va a ganar la liga, el Madrid, el Barça, no sé...". Si hubiera traducido esto literalmente, mis compañeros se habrían quedado con dos palmos de narices, porque una respuesta con tal desparpajo y humor se habría interpretado como algo muy maleducado equivalente a un "váyase usted a la mierda", así que me limité a traducir que en ese momento no era posible y que por favor no insistieran más. "Bueno, bueno, si los españoles hacen las cosas sobre la marcha, qué le vamos a hacer; nos adaptaremos a su manera de hacer las cosas no sea que se vayan a pensar que los japoneses somos unos pesados que si esto que si lo otro... Lo que tenga que ser, será; al fin y al cabo somos nosotros los que vamos allí." ¡Por fin parecía que la comunicación intercultural se abría camino! Al final todo salió bien, por lo visto (porque yo no participé en la visita). Una mezcla de meticulosidad japonesa con improvisación española, un savoir-faire mestizo que permitió que todos los eventos se desarrollaran con normalidad.

Pero sí es cierto que los españoles acabaron un poco hartitos de las preguntas pesaditas de los japoneses queriendo saber cómo sería todo en cada instante. Y que los japoneses acabaron un poco hartitos de la dejadez de los españoles que parecía que todo les daba igual. Se sentían muy intranquilos y angustiados (不安 fuan) ante la posibilidad de que ocurriera algún incidente inesperado (ハプニング hapuningu) en lugar de salir todo bien y sin percances (無事 buji).

Yo intenté que las cosas avanzaran con suavidad, rebajando al 70% el tono de los e-mails y adaptándolos: por ejemplo, las misivas japonesas solían ser pedantes, largas y demasiado educadas, con mucha floritura y poco contenido (desde un punto de vista español, claro); así que yo las traducía con ese término medio que permitiera a un español leerlas sin aburrirse y al mismo tiempo percibir algo de la manera de ser de los japoneses y del sentimiento, amabilidad y buenas intenciones que habían puesto al escribir; por otra parte, si después de ser un pesado recibía una respuesta algo "seca" desde España, la traducía al japonés de manera más educada, considerada y prolija para que la persona que había contestado no pareciera borde o pasota, pero conservando algo (sólo algo) de la sequedad original para que también se percibiera sutilmente el tono de "sois unos pesados, no insistáis más". Los japoneses son expertos en sutilezas y decir las cosas directamente es como tratar al otro de estúpido, así que había que ir con cuidado. Por otra parte, en España solemos ir al grano y si se es demasiado indirecto o considerado lo más probable es que ni se den cuenta de lo que estás pidiendo, y te ignoren.


Estos días, un amigo de una universidad japonesa que irá a estudiar a Salamanca, me está pidiendo que le corrija los e-mails escritos en castellano y me veo con el mismo problema, sólo que esta vez yo no soy nadie para decidir nada y me veo limitado a aconsejar, incluso sin que me lo hayan pedido... Por ejemplo, después de haber preguntado por la duración del seguro médico en España, su coordinador le ha pedido que envíe un segundo e-mail para preguntar si el seguro también es válido durante el día de la orientación, antes de que empiecen las clases. A mí me parece una pregunta tan rebuscada y surrealista que creo que en Salamanca se la van a tomar a cachondeo; es decir, parece que es como si tuviera pensado ponerse enfermo o tener un accidente precisamente ese día. Creo que a un español jamás se le ocurriría escribir a la universidad para preguntarlo. Sin embargo, es lógico que si eres japonés, quieras saber si en caso de emergencia durante ese día concreto también te va a cubrir el seguro...


También recuerdo el caso de un colega traductor español en una situación similar a la mía: los japoneses le hicieron preguntar a los españoles si, cuando se alojaran en España, en los baños habría papel higiénico; he de suponer que si la respuesta hubiera sido que no, los japoneses habrían incluido un hueco en la agenda y en el presupuesto para ir a comprar los rollos que hicieran falta. Evidentemente eso es algo que también hay que planificar. Sin embargo, en España se tomaron la pregunta a broma, y desde una dirección de correo institucional llegó una respuesta de varias líneas en que se explicaba que el papel higiénico es un bien muy preciado y codiciado en un país poco desarrollado como España, así que tendrían que llevarse sus propios rollos de alta tecnología japonesa y vigilarlos con cuidado para que los nativos no se los arrebataran al menor descuido. El autor del e-mail, que ya debía de estar cansado de responder preguntitas insignificantes todos los días, se había explayado durante un largo párrafo repleto de humor e ironía sin pensar que el sentido del humor es diferente en cada cultura y una broma allí puede ser un insulto aquí.

Evidentemente, la traducción de mi colega fue: "Por supuesto que les proporcionaremos papel higiénico".

Gracias a una magnífica traición traductoril, las relaciones diplomáticas entre España y Japón quedaron intactas.