martes, 5 de agosto de 2008

Aprender idiomas, saber idiomas, traducir idiomas...

Una vez en casa de una familia japonesa, después de cenar, una joven española que había sido invitada se ofreció a fregar los platos sucios de la siguiente manera:


「私が汚い皿を洗いましょう。」

Watashi ga kitanai sara wo araimashou.

Yo limpiaré los platos sucios.


Lo que aspiraba a ser un acto de cortesía y buena educación, sonó bastante maleducado y fue una falta de respeto algo gorda hacia la familia que tan amablemente la había invitado a su casa. Y no por una cuestión cultural... por ejemplo, ¿en Japón es de mala educación ofrecerse a fregar los platos en casa de alguien? No.... no es eso. La falta de educación estaba en un mal uso de la lengua japonesa. ¿Por qué?


Durante años y años, he visto cómo la gente estudia idiomas con las famosas “listas de vocabulario”... un montón de palabras en un idioma con la traducción al idioma materno escrita al lado. O aún peor... esa traducción, pero a otro idioma extranjero (como cuando un español estudia japonés con los significados de las palabras escritos al lado en inglés).


Todos sabemos que traducir es una actividad posterior al aprendizaje de un idioma: primero aprendes japonés, y luego podrás traducirlo. Entonces, ¿cómo es posible que alguien estudie un idioma traduciendo? Si tú aprendes que “kitanai” significa “sucio”, primero has traducido, y luego has aprendido la palabra... ¡pero el proceso debería ser justo al revés! Primero aprendes el idioma, y luego serás capaz de traducir, pensando qué palabras son mejores en cada caso.


Por eso, primero has de aprender lo que significa la palabra “kitanai” en japonés, y para que quede claro lo voy a repetir: has de aprender lo que significa, NO cómo se traduce al español. Una palabra en un idioma casi nunca se corresponde al 100% con otra palabra en otro idioma. Pensemos en ejemplos famosos como “aoi”, que en japonés además de al azul puede referirse a algunas tonalidadades de verde, o “esperar”, que en inglés se traduce como “to hope” cuando esperamos algo que deseamos, “to expect” cuando se espera que ocurra algo sobre lo que hay indicios objetivos (tanto si lo deseamos como si no), y “to wait” cuando esperamos que alguien o algo llegue. Si nos limitáramos a estudiar que todas estas palabras significan “esperar” sin consultar el significado original en inglés ni prestar atención a los ejemplos de uso, nunca conseguiríamos hablar bien inglés. Y sin embargo, la mayoría de la gente cuando aprende inglés, buscará en el diccionario bilingüe la palabra “to wait” y se quedará satisfecha cuando vea que significa “esperar”; poca gente se molestará en leer la explicación completa del diccionario, los ejemplos de uso, y mucho menos en consultar el diccionario monolingüe (para los iniciados es imposible, pero para los que tienen un nivel ya intermedio es muy recomendable). Otra opción que yo siempre recomiendo es hacer la búsqueda inversa, es decir, buscar “esperar” en la sección español-inglés para ver si sólo sale “to wait”, o si además salen más cosas y la sección inglés-español nos estaba “engañando”. ¿Hay alguien que se moleste en hacer todo esto? Mucho me temo que no... Es más... ¿cuánta gente hay que “aprende” supuestamente japonés consultando las traducciones de las palabras al inglés, que ni siquiera es su idioma y tampoco lo dominan perfectamente? Aquí, a las diferencias de matiz entre el japonés y el español, estamos añadiendo dos más: las diferencias entre el japonés y el inglés, y las diferencias entre el inglés y el español. Es decir, estamos triplicando la posibilidad de aprender mal el significado, el uso y los matices de una palabra.


Por supuesto, además de usar los diccionarios de la manera que he recomendado arriba, lo mejor de todo es tener un buen profesor. Alquien que (1) domine bien el idioma extranjero, (2) preferiblemente alguien especialista en idiomas, y (3) que conozca también muy bien el idioma de sus alumnos. Los nativos suelen cumplir bien el primer requisito, pero no demasiado el tercero... y casi nadie suele cumplir el segundo. La mayoría de profesores, sean japoneses o no, cuando en un curso inicial aparezca la palabra “kitanai” dirán que significa “sucio” y se quedarán tan panchos. Sin dar ninguna explicación adicional. Así, los estudiantes... cada vez que piensen “sucio” en español dirán “kitanai” en japonés... sin darse cuenta de que eso no es hablar japonés... Es hablar español cambiando las palabras españolas por sus “supuestos” equivalentes en japonés. Muchas de las personas que conozco hablan así... traduciendo literalmente desde su idioma materno palabra por palabra, y es un poco difícil entender bien su japonés o inglés si no sabes también español. Pero siempre es más deseable eso que no esta otra actitud: “El japonés es muy difícil, nunca lo voy a aprender así que no lo estudiaré... aunque viva en Japón”.


Como ya he dicho, los significados que puede abarcar una palabra (el “abanico semántico”) son diferentes en cada idioma... y sus usos también lo son. Por ejemplo, en español podemos decir “estoy feliz” o “soy feliz” (con significados bastante diferentes), pero si cambiamos “feliz” por un sinónimo como “contento”, ya sólo podemos decir “estoy contento” (pero no “soy contento”). Así que dos sinónimos aparentes como “feliz” y “contento” no sólo son sutilmente diferentes en su significado (algo obvio) sino también en su uso (algo no tan obvio). ¿Cuántos profesores de español que enseñan lo que significa feliz y contento se han parado alguna vez a explicarles a sus alumnos que uno puede llevar el verbo ser y estar, pero el otro sólo puede llevar el verbo estar? Pues creo que muy pocos, sobre todo si el único “mérito” de esos profesores es que son nativos (pero no especialistas en idiomas, ni tampoco en el idioma nativo de sus alumnos, algo que considero imprescindible en los niveles iniciales –en los superiores es distinto, porque el alumno ya tiene independencia y puede aprender directamente de un nativo aunque no sea especialista ni domine el idioma del alumno).


Todas las cosas que he puesto arriba son evidentes, pero casi nunca les prestamos atención... y es por este motivo que la mayoría de las personas aprenden mal los idiomas... porque no aprenden a PENSAR en ese idioma, ni tampoco aprenden que muy pocas veces una palabra tiene equivalente exacto en otro idioma. En un post de mi blog sobre la lengua japonesa, intenté explicar muy detalladamente las diferentes maneras de decir VIDA en japonés; si alguien no lo ha leído le recomiendo que lo haga para entender exactamente a qué me refiero (no es imprescindible saber japonés). Cuando yo estudié japonés, jamás me enseñaron todas estas diferencias... en clase simplemente me decían “jinsei” es vida, “seikatsu” es vida, “inochi” es vida... cuando es evidente que todas estas expresiones no son sinónimas ni intercambiables entre sí. Solamente una profesora nos enseñaba con ejemplos de uso reales y dando explicaciones sobre el contexto y uso de cada palabra (ya fuera en japonés o español)... sin limitarse a traducir: “A” significa “B”. Como ya he dicho, enseñar un idioma traduciendo las palabras es empezar la casa por el tejado: traducir es una actividad muy compleja, de hecho es imposible (una traducción siempre será una aproximación), y sólo se puede traducir cuando ya se sabe perfectamente el idioma, pero nunca al revés.


Por supuesto, para enseñar un idioma es necesario o conveniente recurrir a menudo a la traducción: la manera más fácil de enseñar lo que quiere decir 愛 (ai) es traducirlo: “Significa amor”. Pero una traducción siempre tendrá que ir acompañada de una explicación. Los que habláis japonés sabéis perfectamente que interpretar un 愛しています como un simple “te quiero” (su traducción literal) sería un grave error, porque “te quiero” se le puede decir cada día a muchas personas, pero “ai shite imasu” normalmente se le dice una vez en la vida a una única persona. Creo que podría pasarme toda la vida pensando si de verdad estas expresiones son sinónimas, o pensando si en español tenemos una frase que realmente reproduzca el sentido del “ai shite iru” japonés... y después de toda la vida... lo más seguro es que no llegase a una conclusión firme. Por desgracia (y por suerte), las palabras no son una ciencia exacta, y los sentimientos tampoco. Es por esto que no existen equivalentes, porque una equivalencia es una operación matemática, exacta. Y una lengua o una palabra... no lo son. Muchas personas no son conscientes de esta dificultad y por eso minusvaloran la dificultad de aprender y enseñar idiomas o de traducir... y creen que pueden hacerlo sin esfuerzo, o que a aquellos que lo hacen no les cuesta nada. Me refiero sobre todo a lenguas lejanas como el español y el japonés... los hablantes de lenguas románicas que aprendemos otra lengua románica lo tenemos mucho más fácil: partimos de la misma base cultural, etimolótica, semántica, gramatical... En el fondo, estamos aprendiendo otro dialecto (del latín); pero esto sólo disminuye la dificultad: no la elimina.


Volvamos al ejemplo que he puesto al principio de este post, que en realidad se trata de un ejemplo real del que fui testigo:


「私が汚い皿を洗いましょう。」

Watashi ga kitanai sara wo araimashou.

Yo limpiaré los platos sucios.


La joven española, en lugar de hablar japonés, se limitó a traducir literalmente “sucio” por “kitanai”, tal como le habían enseñado, pero después de vivir en Japón y hablar japonés con japoneses, uno aprende que esta palabra nunca se utilizaría en este contexto, porque no se refiere al hecho de que los platos estén sucios (algo evidente e inofensivo porque los hemos usado para comer), sino al hecho de que los platos son sucios, son andrajosos, están viejos, están mal hechos, son feos, son de mala calidad, tienen roña de hace mil años que ya no se va a ir... En japonés, “kitanai” no quiere decir sólo ESTAR sucio, sino también SER sucio, ser malo, desagradable, desordenado, incorrecto o indeseable. Ahí estuvo su inintencionada falta de respeto. Estaba insultando a la dueña de la casa insinuando que los platos en los que le había invitado a comer eran una porquería de platos.


Exagerando para que se entienda bien, podríamos decir que una frase como:


Ya que me habéis invitado a comer, lo mínimo que puedo hacer es ofrecerme a lavar yo los platos que hemos usado, para que vosotros podáis descansar.


Se convirtió en:


Ya limpiaré yo estos platos de mierda que tenéis, porque por lo visto en esta casa nadie limpia nunca nada y por eso están los platos tan sucios. Menos mal que estoy yo aquí para limpiar vuestra mierda.


Por supuesto, las personas no somos tontas y sabemos que los extranjeros al hablar se equivocan. Es por eso que todo el mundo comprendió el error de la joven española y lo que quería decir realmente. Así que lo único que pasó es que nos reímos de la anécdota y nadie se ofendió.


Siguiendo con el tema, en japonés, la habitación más limpia y pulcra del mundo puede ser descrita como “kitanai” si está desordenada, o si es vieja y eso se nota en el papel de las paredes, en el estado de los muebles... “Kitanai” se refiere más a una cualidad estable que a una situación puntual; como mucho, deberíamos decir “kitanaku natta” (se ha vuelto sucio). Para lo que en español definiríamos como “sucio” existe el verbo 汚れる yogoreru, que en su forma pasada 汚れた yogoreta quiere decir “ensuciado”. En el caso de los platos, además de 汚れた皿 yogoreta sara (“los platos ensuciados”) también podríamos haber dicho “los platos que hemos usado” (使った皿 tsukatta sara) o simplemente decir “platos” a secas, ya que especificar que los platos que vas a lavar son los que están sucios es innecesario. (En realidad, la expresión más común es 皿洗いをする, sara-arai wo suru, “hacer la limpieza de platos”.)


Por otra parte, no estaría de más haber dicho お皿 o-sara, ya que los platos no son nuestros y es mejor expresar un poco de respeto. La falta del prefijo honorífico (que es casi obligatorio para muchas palabras relacionadas con la comida o con los utensilios que usamos para comer) empeora todavía más la relatada frase de los “platos sucios”. Aquí entra en juego además otro factor: la famosa (y falsa) creencia de que en japonés no hay insultos ni palabrotas. De esto hablaré otro día (no sé si en este blog o en el de la lengua japonesa), pero en japonés lo que pasa es que no insultamos con lo que decimos, sino con lo que no decimos, o con cómo lo decimos. A algunos les costará creer que 汚い皿 pueda interpretarse como “estos platos asquerosos de mierda”, porque literalmente no es eso lo que dice… pero sí es así como se interpreta. Además, “kitanai” se suele utilizar para mostrar humildad y modestia, como cuando invitamos a alguien a nuestra habitación, y como nos da cierta vergüenza que no sea precisamente un hotel de cinco estrellas en perfecto estado de orden y pulcritud, pues pedimos perdón por haber invitado a nuestro huésped a una habitación tan “kitanai” (los japoneses además suelen excusarse diciendo que su casa es pequeña, con lo cual se supone que los invitados no podrán tener espacio y holgura para acomodarse bien). He aquí otro motivo más por el que no podemos decir que algo de otra persona es “kitanai”, porque la humildad se usa para rebajarnos a nosotros mismos, no a los demás. Es decir: yo me puedo llamar sucio o desordenado a mí mismo, pero no a otro ni a sus cosas.


Lo contrario de 汚い kitanai es きれい kirei, que significa “limpio”, “bonito” y “ordenado” (casi siempre las tres cosas a la vez). Si uno come en un bonito plato, por muy sucio y lleno de restos que esté, ese plato siempre va a seguir siendo “kirei”: es una cualidad intrínseca. Por eso no es una contradicción decir “¡Qué kirei que son estos platos!” aunque en ese momento estén hechos un asco. De la misma manera, por mucho que uno limpie unos platos “kitanai”, éstos van a seguir siendo “kitanai” y la única solución es comprar unos nuevos. Esto es porque una cosa “ensuciada” (汚れた yogoreta) siempre se puede limpiar, pero una cosa “sucia” (汚い kitanai) ya es otro tema... En resumen, “sucio” y “ensuciado” no es lo mismo en japonés, y vamos a ver ahora otra diferencia importante.


Mientras que el “ensuciamiento” es un fenómeno natural e inevitable, observado con objetividad... la “suciedad” a veces implica cierta responsabilidad sobre el propietario y se juzga con subjetividad, incluyendo una opinión negativa. En el caso de los platos, están sucios de manera lógica y natural, es inevitable y no es nada malo (simplemente los hemos usado)... pero si decimos “kitanai”, ¡ay! Estaremos apelando a la responsabilidad del dueño, estaremos expresando una condición que debería haberse evitado: el tener una mierda de platos y no unos como dios manda. Y encima, estaremos insinuándole al propietario que nos ha obligado a comer en esos platos de mierda y que por tanto es un maleducado. Estamos pasando de hacer una indicación objetiva con solución evidente (los platos se han ensuciado después de comer, pero pueden limpiarse) a emitir un juicio de valor negativo y humillante, casi siempre sin solución (en esta casa tenéis unos platos de mierda, sois unos guarros y esta situación no tiene remedio). Desde otro punto de vida: si usamos yogoreta ("ensuciado") simplemente indicamos que los platos se han ensuciado después de comer (nada malo), pero si usamos kitanai ("sucio") podemos estar diciendo dos cosas: que los platos en sí son una porquería, o que si están sucios es porque el vago del dueño todavía no los ha limpiado y por eso no queda otro remedio que lo haga yo (en ambos casos estamos criticando a nuestro anfitrión).


Así que... ni “kitanai” significa sucio, ni “kirei” quiere decir limpio. Que a veces (o incluso la mayoría de las veces) “kitanai” se traduzca por “sucio” no quiere decir que signifique lo mismo. El significado de una palabra... y su traducción... son dos cosas muy diferentes.


¿Alguien sigue pensando que al enseñarle japonés a alguien se le puede decir simplemente "Kitanai significa sucio"?


Decir esto es desconcertante y desalentador, pero la próxima vez que alguien os diga “esta palabra japonesa significa ESTO en español”, o que lo comprobéis vosotros mismos en el diccionario bilingüe... pensad que nunca será del todo correcto. Aprender un idioma a base de “equivalencias” la mitad de las veces es un fracaso total. Y por eso yo me enrollo tanto siempre que alguien me pregunta: ¿Qué quiere decir esto? Porque esa es, probablemente, la pregunta más difícil del mundo. ¿O es que acaso hay algo más difícil que entender el significado de las cosas? En realidad sí... intentar traducirlo. Cambiar una idea expresada en un sistema de interpretación y clasificación de la realidad que depende de un sistema cultural de valores específico... para que se entienda en otro sistema de interpretación y clasificación de la realidad completamente distinto que además está basado en otro sistema cultural de valores específico también diferente. En japonés, palabras como “sociedad”, “libertad”, “economía”, “él” o “ella” no existieron hasta el siglo XIX, y otras como “amor” y “beso” sólo tenían connotaciones eróticas (las primeras traducciones orales al japonés de los Evangelios fueron un fiasco por este motivo... ¿Jesús “ama” a los niños? ¿Judas le dio un “beso” a Jesús?).


A todos os deseo mucha suerte y ánimos estudiando idiomas y, por favor... si no os queda más remedio que traducir algo aunque no seais traductores ni especialistas en el idioma, por lo menos, hacedlo con precaución y modestia. No todo el mundo puede saber de todo, una cosa es más o menos entender y más o menos hacerse entender en un idioma, y otra “dominar” ese idioma. Porque la lengua es una especialidad como cualquier otra: como las matemáticas, la historia, o la física cuántica. Todos usamos ordenadores, pero no todos sabemos informática. De la misma manera, muchos se defienden más o menos en japonés (o en cualquier idioma), entienden más o menos lo que les dicen (aunque no acierten en el matiz), se hacen entender (porque los japoneses harán el esfuerzo de interpretar de la manera adecuada el japonés inadecuado de un extranjero), y así logran sobrevivir en otro país... pero la mayoría no “saben” realmente japonés. Simplemente, se las apañan como pueden para “sobrevivir” en japonés. Pero no es lo mismo vivir con holgura y soltura que sobrevivir. Y no entiendo por qué a veces estas personas que no saben japonés intentan “enseñar” japonés... Para enseñar 10, tienes que saber 100. No puedes enseñar 10 sabiendo 11... porque hay muchas cosas fuera de tu alcance con las que no has contado. Curiosamente el japonés es una de esas pocas lenguas en que alguien asiste a clases una semana y al día siguiente ya está “enseñando” japonés a todos los que no saben. Si supierais las burradas que leo por ahí... Nunca he visto hacer lo mismo en inglés, ruso, alemán... pero en japonés sí. El mundo está lleno de “listillos” del japonés (la mayoría con un blog; no pondré ejemplos). Es como si a mí, por el mero hecho de tener ordenador, se me ocurriera escribir un blog dando “lecciones” de informática... pues los informáticos se me echarían encima para hacerme notar mis burradas... y con mucha razón.


Hemos de recordar que las palabras están vivas: tienen varios significados, varios usos, varias connotaciones que están en la cabeza de los hablantes (aunque no en el diccionario ni en los libros de texto), y están relacionadas con otras palabras. Una palabra nunca es una equivalencia exacta con otra palabra en otro idioma.


También hay que recordar otra cosa: para aprender bien, es necesario equivocarse.


Ahora bien: equivocarse mientras estamos aprendiendo... pero no equivocarse mientras pretendemos enseñar a otros; eso es fatal. Nos puede pasar una vez, pero no constantemente.


Por supuesto, a alguien que no es especialista en lenguas no se le puede exigir que aprenda un idioma perfectamente... porque lo más seguro es que necesite ganarse la vida con otra profesión: camarero, albañil, abogado, informático, empresario... Los traductores no podemos exigir a los demás que alcancen nuestro nivel... eso sería injusto. Pero sí podemos exigirles una cosa: que sean modestos y reconozcan que saben menos, que su nivel puede llegar a ser satisfactorio para "sobrevivir" en ese idioma, pero no para "enseñarlo" o para "traducirlo". Por supuesto, las personas muy inteligentes y que han vivido muchos años en otro país pueden llegar a dominar un idioma extranjero además de tener una especialidad no relacionada. Y por supuesto, los hay que tienen dos especialidades. Uno de los mayores expertos en japonés en España es, además, experto en Derecho. Pompeu Fabra, además de filólogo, era científico. Pero... ¿somos todos tan inteligentes o tenemos ya tantos años de vida y experiencia acumulada? Quizás tú que lees esto crees que sí... en ese caso, si realmente es así, enhorabuena.


Por cierto, yo todavía no “sé” japonés tampoco... al 100%. Por eso (concretamente en mi blog sobre el japonés) actúo con prudencia y respeto. Prudencia porque me aseguro de las cosas, y respeto hacia el idioma y hacia las personas que me leen (querer enseñarle a alguien algo de lo que no sabes es una falta de respeto: le estás suministrando información falsa).


Estar aprendiendo un idioma o saber un idioma, chapurrearlo o entenderlo en todos sus matices y hablarlo con naturalidad, entenderlo o poder traducirlo... son cosas muy diferentes. Sé que para alguien no especializado en el tema es difícil admitirlo, porque la lengua y la traducción son áreas del saber muy menospreciadas. Pero este era el mensaje de hoy. Hasta la próxima.

sábado, 12 de abril de 2008

Lidiando entre la planificación y la improvisación

Cualquier persona que haya tratado con japoneses en algún asunto serio sabrá por experiencia que en general se caracterizan por ser unos de los mayores expertos del mundo a la hora de organizar eventos y prevenir problemas inesperados. Es cierto que no está bien generalizar ni exagerar, pero a grandes rasgos podríamos decir que más o menos es así. Puede que se deba al hecho de ser un país donde las grandes masas de población se aglomeran en espacios muy pequeños (en estas circunstancias si todo el mundo hiciera lo que le diera la gana o se dejaran las cosas al azar, la convivencia sería imposible y los desastres numerosos), o puede que haya tenido cierta influencia el hecho de que sea una zona del mundo azotada por todo tipo de desastres naturales desde tiempos inmemoriales (terremotos, tifones, tsunamis, desprendimientos de tierra, inundaciones, erupciones volcánicas...); o quizás porque es un país que ha vivido largas épocas de enfrentamientos internos, luchas entre clanes y traiciones que obligaban a no bajar la guardia en ningún momento... Sea por lo que sea, la cuestión es que los japoneses en general han desarrollado una personalidad que les hace ser de lo más meticulosos y previsores: todo tiene que estar siempre controlado, tiene que haber un plan de emergencia para cualquier cosa, y es necesario invertir horas y horas en prevenir situaciones que nunca ocurrirán... (Por supuesto no todos los japoneses son así porque es imposible que 127 millones de personas sean iguales, pero podríamos decir que es una tendencia general de su cultura).

Me parece perfecto que las personas sean previsoras y lo calculen todo al detalle para que salga bien. Sobre todo porque yo soy todo lo contrario...

Sin embargo, como toda gran virtud conlleva un gran defecto, es un problema general en Japón el que haya poca capacidad de improvisación, y cuando ocurre algo cuya solución no estaba prevista de antemano, la situación se desborda, la gente se estresa, y nadie sabe qué hacer. Como decimos en español, "nos ahogamos en un vaso de agua". Sin embargo, eso ocurrirá pocas veces porque el 99'99% de los imprevistos que puedan surgir ya estarán previstos y por tanto no serán "imprevistos". En otros países, como los del sur de Europa, somos expertos en la improvisación, y aunque dejemos las cosas para el último momento y las hagamos sobre la marcha en lugar de planificarlo todo hasta el último milímetro desde el principio, podemos llegar a conseguir que el resultado sea bueno. Y a pesar de la fama de malos organizadores que tenemos concretamente los españoles, los Juegos Olímpicos de Barcelona pasaron a la historia por ser los que tuvieron la mejor organización (no sé si esto se debe a que se planificaron muy bien desde el principio, o a que se improvisaron muy bien sobre la marcha... pero el resultado fue el que fue).

Como curiosidad, un antiguo profesor mío que ha vivido y trabajado en muchos países y en equipos compuestos por personas de nacionalidades de lo más dispar, me contó una vez cómo en un grupo en que los anglosajones o escandinavos habían previsto una hoja de ruta perfectamente planeada, al surgir cualquier eventualidad no prevista que sumía en el más absoluto caos al equipo, un español, italiano o latinoamericano era capaz de improvisar una chapuza en cinco minutos y sacar del apuro a todos los demás. Supongo que también exageraba algo, pero la idea general está ahí. Me parecen dos facetas diferentes de cada cultura, las dos igual de prácticas y aplicables; claro que lo ideal sería aguien capaz de planificarlo todo con excelente previsión, y al mismo tiempo tener el nervio suficiente como para improvisar y sacarse soluciones del bolsillo en cualquier momento... pero a nadie podemos exigirle que sea perfecto; por supuesto que debe de haber personas así, pero no se puede esperar que todo un país o una cultura sean así.

La cuestión es que a lo largo de mi de momento corta experiencia como puente entre dos culturas (la japonesa y la española), no son pocas las veces en que me he tenido que encontrar con estas diferencias. Recuerdo cuando trabajaba en el área de relaciones internacionales de una universidad de provincias en Japón, y tuve que ayudar a preparar una visita de la delegación japonesa a la universidad española con la que teníamos un acuerdo de intercambio; dicha visita incluía una serie de actos institucionales con políticos regionales y altos cargos de la universidad, actos culturales abiertos al público en general, y actividades de intercambio para los estudiantes, entre otras cosas. La visita debía ser en noviembre y comenzamos a organizarla en septiembre; por supuesto, todas las comunicaciones (e-mail, fax, teléfono y cartas) estaban a mi cargo, así que todo tenía que pasar por mí y por mi traducción.

Era impresionante ver las diferencias entre la parte de la organización española, que iba dejando muchos cabos sueltos para cuando llegara el momento, y la parte de la organización japonesa -donde estaba yo-, que quería tenerlo todo planeado al detalle desde el primer momento y por eso no paraba de hacer miles de preguntas sobre las cosas más inimaginables. Los japoneses hacían desesperarse a los españoles con tanta minuciosidad, detallismo y minimalismo, y con preguntas súper concretas que a veces rallaban el surrealismo ("¿En el hotel tendremos toallas? ¿Tenemos que llevarlas desde Japón? ¿Hay que incluirlas en el presupuesto?"); y los españoles hacían desesperarse a los japoneses con su dejadez, su planificación "a grandes rasgos" y su actitud de: "Esto ya veremos cómo lo hacemos cuando llegue el momento". Y en medio de todo esto, yo, en mi doble función de intérprete español-japonés y de mediador intercultural... y sobre todo teniendo en cuenta que trabajaba para los japoneses.

La mitad de mis preguntas por e-mail solían quedar sin contestar, y yo sabía por experiencia -porque soy español- que no valía la pena insistir enviando cuarenta veces lo mismo porque no me iban a saber responder, así que tenía que convencer a los japoneses para que no me "obligaran" a hacerlo; a menudo entraban en conflicto mis labores de simple traductor (que ha de limitarse a decir todo lo que le ordenan sin osar inmiscuirse en la conversación) con el puesto que yo ocupaba en esa oficina y que me permitía formar parte del asunto, actuar con cierta autonomía y decidir cómo era mejor tratar ciertos temas.

En cuanto a las preguntas por teléfono, los españoles no podían ignorarme sin más, así que alguna vez llegué a obtener por respuesta cosas como: "¿Y yo qué sé? Ya veremos. Esto es como si ahora me dice que yo le conteste quién va a ganar la liga, el Madrid, el Barça, no sé...". Si hubiera traducido esto literalmente, mis compañeros se habrían quedado con dos palmos de narices, porque una respuesta con tal desparpajo y humor se habría interpretado como algo muy maleducado equivalente a un "váyase usted a la mierda", así que me limité a traducir que en ese momento no era posible y que por favor no insistieran más. "Bueno, bueno, si los españoles hacen las cosas sobre la marcha, qué le vamos a hacer; nos adaptaremos a su manera de hacer las cosas no sea que se vayan a pensar que los japoneses somos unos pesados que si esto que si lo otro... Lo que tenga que ser, será; al fin y al cabo somos nosotros los que vamos allí." ¡Por fin parecía que la comunicación intercultural se abría camino! Al final todo salió bien, por lo visto (porque yo no participé en la visita). Una mezcla de meticulosidad japonesa con improvisación española, un savoir-faire mestizo que permitió que todos los eventos se desarrollaran con normalidad.

Pero sí es cierto que los españoles acabaron un poco hartitos de las preguntas pesaditas de los japoneses queriendo saber cómo sería todo en cada instante. Y que los japoneses acabaron un poco hartitos de la dejadez de los españoles que parecía que todo les daba igual. Se sentían muy intranquilos y angustiados (不安 fuan) ante la posibilidad de que ocurriera algún incidente inesperado (ハプニング hapuningu) en lugar de salir todo bien y sin percances (無事 buji).

Yo intenté que las cosas avanzaran con suavidad, rebajando al 70% el tono de los e-mails y adaptándolos: por ejemplo, las misivas japonesas solían ser pedantes, largas y demasiado educadas, con mucha floritura y poco contenido (desde un punto de vista español, claro); así que yo las traducía con ese término medio que permitiera a un español leerlas sin aburrirse y al mismo tiempo percibir algo de la manera de ser de los japoneses y del sentimiento, amabilidad y buenas intenciones que habían puesto al escribir; por otra parte, si después de ser un pesado recibía una respuesta algo "seca" desde España, la traducía al japonés de manera más educada, considerada y prolija para que la persona que había contestado no pareciera borde o pasota, pero conservando algo (sólo algo) de la sequedad original para que también se percibiera sutilmente el tono de "sois unos pesados, no insistáis más". Los japoneses son expertos en sutilezas y decir las cosas directamente es como tratar al otro de estúpido, así que había que ir con cuidado. Por otra parte, en España solemos ir al grano y si se es demasiado indirecto o considerado lo más probable es que ni se den cuenta de lo que estás pidiendo, y te ignoren.


Estos días, un amigo de una universidad japonesa que irá a estudiar a Salamanca, me está pidiendo que le corrija los e-mails escritos en castellano y me veo con el mismo problema, sólo que esta vez yo no soy nadie para decidir nada y me veo limitado a aconsejar, incluso sin que me lo hayan pedido... Por ejemplo, después de haber preguntado por la duración del seguro médico en España, su coordinador le ha pedido que envíe un segundo e-mail para preguntar si el seguro también es válido durante el día de la orientación, antes de que empiecen las clases. A mí me parece una pregunta tan rebuscada y surrealista que creo que en Salamanca se la van a tomar a cachondeo; es decir, parece que es como si tuviera pensado ponerse enfermo o tener un accidente precisamente ese día. Creo que a un español jamás se le ocurriría escribir a la universidad para preguntarlo. Sin embargo, es lógico que si eres japonés, quieras saber si en caso de emergencia durante ese día concreto también te va a cubrir el seguro...


También recuerdo el caso de un colega traductor español en una situación similar a la mía: los japoneses le hicieron preguntar a los españoles si, cuando se alojaran en España, en los baños habría papel higiénico; he de suponer que si la respuesta hubiera sido que no, los japoneses habrían incluido un hueco en la agenda y en el presupuesto para ir a comprar los rollos que hicieran falta. Evidentemente eso es algo que también hay que planificar. Sin embargo, en España se tomaron la pregunta a broma, y desde una dirección de correo institucional llegó una respuesta de varias líneas en que se explicaba que el papel higiénico es un bien muy preciado y codiciado en un país poco desarrollado como España, así que tendrían que llevarse sus propios rollos de alta tecnología japonesa y vigilarlos con cuidado para que los nativos no se los arrebataran al menor descuido. El autor del e-mail, que ya debía de estar cansado de responder preguntitas insignificantes todos los días, se había explayado durante un largo párrafo repleto de humor e ironía sin pensar que el sentido del humor es diferente en cada cultura y una broma allí puede ser un insulto aquí.

Evidentemente, la traducción de mi colega fue: "Por supuesto que les proporcionaremos papel higiénico".

Gracias a una magnífica traición traductoril, las relaciones diplomáticas entre España y Japón quedaron intactas.